
Por: JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR
La líder de la oposición de Venezuela ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz, en reconocimiento a sus esfuerzos y lucha para defender la destruida democracia venezolana y su labor tesonera por la libertad en dicho país. Como siempre, con esta clase de galardones, no todos quedan satisfechos.
Los primeros en manifestar descontento surgieron desde las entrañas del gobierno norteamericano, que insinuó que, para otorgar la distinción, habían prevalecido criterios políticos, sobre una real gestión de paz. Por supuesto que ello fue así, pero éste era el premio más pertinente que podría dársele a la líder opositora, no existiendo uno específico para la democracia o la libertad. A falta de estos, bien puede utilizarse el de la paz para lograr el propósito de enviarle una fuerte alarma al régimen del Dictador Maduro, que a la postre era lo que quería hacerse.
No nos sorprendimos con que esta primera indirecta proviniera del Gobierno Trump, pues era manifiesta la expectativa que dicho Presidente tenía para obtener el galardón, por su efectiva gestión para lograr la paz entre Israel y Palestina. Todos presenciamos con júbilo este fin de semana el cese al fuego, la liberación de rehenes, la firma del acuerdo y el liderazgo del presidente norteamericano para poder cristalizar todo aquello. Queda en la fila para obtener el galardón en el futuro, siempre que se mantenga esa política de paz para los grandes conflictos mundiales; tiene ahora el reto de consolidar la paz entre Rusia y Ucrania. Hizo bien la galardonada en dedicarlo a quien también lo merecía.
La segunda voz en protestar fue la del Presidente Petro; no creo que tuviese la pretensión de haberlo obtenido; su política de paz total es un desastre y aunque hay que reconocerle, que fue de los primeros en denunciar un genocidio y culpar a Israel del mismo, pero sin mencionar por qué comenzó el actual episodio de un conflicto antiguo, sin abogar por los rehenes y sin repudiar la matanza en el festival de música electrónica de Tel-Aviv. Más que por la paz, abogó por juzgar a Netanyahu, por genocidio en Gaza; inclinándose por actos hostiles como romper relaciones diplomáticas. Utilizar la carta del 2018 dirigida a Netanyahu y a Macri, para deslegitimar a la galardonada, es una muestra más de la ideologización de la política internacional.
Viene luego la protesta del mismo Maduro, rompiendo relaciones diplomáticas con Noruega, país donde reside el comité que otorga los Nobel, que sin dudas lo pusieron en “calzas prietas”, por la cantidad de presos políticos que tiene en su haber; además del robo de las elecciones que nunca pudo justificar. El gran damnificado es su régimen, que ha quedado deslegitimado ante el mundo entero. Ante la inutilidad de su carta dirigida a Trump, ofreciendo su petróleo a cambio de reconocimiento a su espurio régimen, ahora se dirige al Papa Leon XIV, para que actúe como mediador en la guerra declarada contra el narcotráfico, que por su puesto afecta el territorio venezolano, gobernado por un grupo de delincuentes.
En definitiva, con la adjudicación del Nobel, ganaron la democracia y la libertad, y perdieron los enemigos de la misma.