
Por: Tata Jaramillo.
Hay entrevistas que empiezan antes de prender la grabadora. El general Camacho llega, saluda con calma, observa, escucha. No entra como un hombre acostumbrado a los ascensos ni a los honores, sino como alguien que sabe que la autoridad nace primero de la humanidad.
Tiene una presencia firme, pero una voz serena. Habla pausado, como quien ha aprendido a pensar antes de cada palabra porque sabe que, en su vida, las palabras siempre tuvieron consecuencias. Conversamos mientras camina a una reunión. Más que un excomandante, aparece un ser humano moldeado por dolores profundos, aprendizajes duros y convicciones que no se improvisan.
1. El momento que marcó su vida…
El momento que más me marcó fue la muerte de mi papá. Yo era un niño y ese golpe me obligó a madurar de un día para otro. Pero, al mismo tiempo, ver a mi mamá trabajar duro, siempre presente, siempre firme, me enseñó lo que significa mantenerse de pie aun cuando la vida se pone cuesta arriba.
Cuando ingresé a la institución años después, entendí que esa experiencia había moldeado mi carácter: disciplina, resiliencia y un sentido profundo del deber. Ese instante me definió porque me enseñó disciplina, humildad y un sentido del deber que después encontré en la institución. Uno no entra al servicio público desde cero: entra con la vida que lo fue moldeando.
2. ¿Qué lo mantiene sereno en escenarios de presión?
Tengo un hábito muy simple: respirar y ordenar mis pensamientos antes de decidir. Nunca tomo una decisión en medio del ruido. La pausa consciente me ha salvado más veces de las que puedo contar. Y, sobre todo, siempre pienso primero en las personas que pueden verse afectadas. Soy un hombre sereno, pausado.
3. ¿Qué aprendió del servicio a la comunidad?
Aprendí que la gente no pide grandes discursos. Pide presencia, respeto y soluciones reales. Lo que más me ha sorprendido es que, en medio de las crisis, siempre aparece la grandeza de las comunidades. Ellas me enseñaron a escuchar antes de actuar.
4. ¿Cuál es el momento más humano en su carrera?
Hay dos historias que me acompañan siempre.
La primera es profundamente personal: perder a diez policías en una emboscada cuando yo era su comandante. Son momentos que uno no olvida jamás. Yo conocía a sus familias, sabía de sus sueños, y tuve que mirar a los ojos a sus seres queridos. Ese dolor me marcó y me recordó que detrás de cada uniforme hay un ser humano.
La segunda es la fuerza de las comunidades que, aun viviendo situaciones muy duras, siguen luchando por su barrio y su gente. Esas madres, esos jóvenes, esas familias que no se rinden.
Entre el dolor de perder a mis hombres y la resiliencia de las comunidades, entendí algo esencial: la seguridad no se trata de armas, sino de vidas; no se trata de cifras, sino de personas. Nunca olvido a las familias que han perdido a un ser querido en medio de la violencia. He visto madres que, aun con el corazón roto, siguen luchando por sus barrios. Esas historias me recuerdan por qué la seguridad es un derecho y no un privilegio.
5. ¿Cómo se describe como padre, hijo o amigo?
Sencillez. Esa es la palabra. Soy un hombre que no se complica, que valora lo esencial y que intenta estar siempre presente para su familia y sus amigos.
6. ¿Dónde queda la sensibilidad en su vida?
La sensibilidad es una parte fundamental de mi liderazgo. Me conmueven profundamente las historias de dolor de las comunidades. Me duele cuando un niño no puede jugar tranquilo en su barrio o cuando una familia vive con miedo. Eso me mueve, me impulsa y me recuerda que no todo se mide en estadísticas.
7. La decisión más difícil que ha tomado…
Las decisiones humanas, no las operativas, son las que más pesan. Decidir cómo apoyar a una familia que lo ha perdido todo o cómo actuar cuando cualquier movimiento puede afectar la vida de terceros… esas son las decisiones que uno recuerda siempre.
8. ¿Qué sacrificio le enseñó más sobre sí mismo?
La distancia con mi familia. Fue un sacrificio duro, pero me enseñó que uno solo puede servir bien cuando tiene un hogar que lo sostiene. Y también me mostró que la entrega al país debe equilibrarse con la presencia en casa.
9. El mensaje que le daría al Camacho joven…
Le diría: “Elegiste muy bien la profesión. Mantén la cabeza fría y el corazón intacto. Sirve sin perder tu humanidad. Y recuerda que ningún ascenso vale más que tu integridad”.
10. La transformación más urgente que necesita Colombia en seguridad…
Necesitamos recuperar la tranquilidad cotidiana: que la gente pueda caminar sin miedo, que los negocios abran sin extorsiones, que los jóvenes tengan oportunidades reales. La seguridad debe volver a ser un derecho básico en cada barrio, vereda y ciudad.
11. Políticas públicas: qué funciona y qué debe cambiar.
Han funcionado las intervenciones integrales donde el Estado llega completo: seguridad, educación, oportunidades y presencia social. Lo que debe cambiar es la desconexión entre las instituciones y las realidades de los territorios. No podemos seguir respondiendo a problemas del 2025 con políticas del 2005. Hay que actualizar la estrategia contra el crimen organizado y la inseguridad cotidiana.
12. ¿Qué significa seguridad con rostro humano desde el Senado?
Significa que cada proyecto de ley tenga un impacto medible en la vida de la gente. Proyectos que realmente disminuyan la afectación a los ciudadanos y que fortalezcan a los territorios más golpeados por la inseguridad. Propuestas útiles, visibles y que respondan a lo que nos está ahogando como sociedad.
13. ¿Cómo recuperar la confianza en las instituciones?
Con transparencia real, no de discurso. Con servidores públicos que trabajen de la mano con la comunidad, como yo lo he hecho siempre. Con control político firme para que las entidades cumplan. La gente vuelve a creer cuando ve presencia, coherencia y resultados.
14. ¿Cuál es su propuesta bandera?
Mi propuesta bandera es convertir la experiencia en seguridad en una política útil para la vida diaria de los ciudadanos. Una seguridad que proteja, que acompañe y que transforme.
Cuando termina la entrevista, el general Camacho guarda silencio unos segundos. Su mirada parece cargada de todo lo vivido: las ausencias, los sacrificios, las noches largas lejos de casa, el dolor de la pérdida y también la fuerza de seguir.
Habla entonces de su familia. De lo que ha significado ser padre y estar lejos tantas veces. De la ausencia de su papá, que aún lo acompaña. Del ejemplo de su mamá, que le enseñó a trabajar con dignidad, a caminar derecho, a sostenerse aun cuando la vida duele; y de su esposa, que ha sido sin duda un bastión de vida, quien le permite volar con los pies en tierra.
“Mi familia es mi raíz —dice—. Es lo que me recuerda quién soy y para qué hago las cosas. Yo quiero ayudar a este país desde la legalidad. Es la única forma que conozco de servir. La ley me salvó, me guió, me ordenó la vida. Creo en un país donde el respeto por las normas nos permita vivir tranquilos, sin miedo, sin improvisaciones.
Eso es lo que quiero aportar”. Lo dice sin dramatismos, sin buscar aplausos. Lo dice desde una convicción que parece alojada en la columna vertebral de su historia. Con la mirada de un hombre que ha visto lo peor y lo mejor de Colombia, y aun así sigue creyendo que es posible construir un país distinto… “Un país donde la seguridad tenga rostro humano. Donde la ley sea refugio y no amenaza. Donde servir sea un acto de amor por la gente, no un privilegio”.
Al final, uno entiende que su proyecto político no nace del poder, sino de algo mucho más sencillo y, al mismo tiempo, más grande: el deseo sincero de devolverle tranquilidad a un país al que le ha entregado toda su vida.









